Rin era la única descendiente de la familia Yamaoka. Se crio entre las polvorientas paredes de una casa tradicional en Kagawa. Estudió Educación en Takamatsu, una universidad privada, lo cual supuso un duro golpe a la ya de por sí precaria situación financiera de la familia. Ese mismo año, su madre enfermó y las facturas comenzaron a acumularse. Rin consiguió trabajo a tiempo parcial en un esfuerzo inútil por tratar de mejorar la situación económica familiar.
Su padre se enfrentaba a una deuda que no dejaba de crecer, así que comenzó a trabajar doble jornada con la esperanza de conseguir un ascenso. Fue entonces cuando empezó a no poder dormir. Un susurro siniestro lo mantenía despierto toda la noche y le recordaba lo desesperada que era su situación. Estaba tan agotado que empezó a perder contacto con la realidad. Decidido a luchar contra lo que la voz le susurraba por las noches, el padre de Rin recurrió a una medida desesperada. Se reunió con su jefe, le explicó su situación y le rogó que le concediese una bonificación, un anticipo, una baja laboral..., lo que fuera.
Su solicitud fue rechazada. La empresa había sacado una remesa defectuosa que le había ocasionado muchos gastos. Necesitaban un cabeza de turco, y el padre de Rin tenía el perfil idóneo para ello. Lo despidieron tras veintidós años de servicio.
Esa noche, Rin llegó a casa después de trabajar. Había tenido que atender a unos clientes que se habían quedado hasta tarde en el restaurante. Mientras dejaba la bicicleta en el cobertizo, escuchó los gritos de su madre provenientes del interior de la casa.
Entró a toda prisa y subió la escaleras que conducían a la habitación de sus padres. Se encontró a su madre cortada en pedazos en el suelo. Le habían cercenado limpiamente los miembros y estaban colocados en una posición antinatural. Tenía los pechos rebanados, lo que dejaba entrever su caja torácica enteramente abierta. Rin comenzó a sentir arcadas.
Una catana afilada cayó sobre ella. La joven bloqueó el ataque con el antebrazo desnudo. El intenso dolor se vio interrumpido por una espeluznante revelación: era su padre quien blandía la catana, con una mueca estoica. Le gritó que se detuviera, pero este volvió a cortarle nuevamente el brazo.
Trató de huir, pero resbaló en el suelo empapado de sangre. Sirviéndose del marco de la puerta como apoyo, consiguió levantarse. La catana atravesó la pared y le alcanzó el brazo sano. Escapó hacia el pasillo aullando de dolor, pero no pudo evitar la espada de su padre.
Retrocedió aterrorizada mientras intentaba sujetarse la carne blanda que le colgaba del abdomen. La imagen de las extremidades de su madre se sucedieron como una película en su cabeza.
Rin cargó contra su padre y consiguió hacer que se trastabillase. Pero se recuperó lo suficiente como para golpear con el puño el destrozado abdomen de la chica, lo que la hizo retorcerse de dolor. Mientras intentaba levantarse con las pocas fuerzas que le quedaban, su padre le desgarró el muslo, obligándola a desplomarse.
Rin comenzó a arrastrarse en dirección a las escaleras, pero su padre la agarró del pelo y la estampó contra una mampara. El cristal se rompió a causa del impacto y Rin cayó al piso de abajo.
Oyó pasos por encima de ella. Consiguió moverse a duras penas hacia un mar de cristales rotos que le cortaban la carne, pero eso ya no importaba. Tenía que detenerle. Tenía que hacerle pagar por lo que les había hecho a su madre y a ella.
Rin tosió sangre, y al hacerlo se golpeó contra un cristal y se cortó la barbilla. Comenzó a percibir un latido grave. Parecía que su cuerpo pesara tanto que le resultaba imposible moverse.
El suelo tembló con los pasos de su padre. Rin sabía que no sobreviviría, pero ya no le importaba. Se vengaría, en esta vida o en la otra.
Una oscura niebla comenzó a oscurecerle la visión, pero eso no templó su ira. No descansaría, todavía no. La oscuridad susurró y le prometió sangre y venganza.
Se selló un juramento y Rin cerró los ojos.