Honrar su apellido nunca fue suficiente para Kazan Yamaoka. Quería superar la reputación de su padre y poner fin a lo que él veía como la decadencia de la cultura samurái por culpa de los granjeros que se hacían pasar por samuráis. Su padre trató de desviar la atención de Kazan hacia causas más nobles, pero este se negó a escuchar sus consejos y, armado con la catana de su padre, emprendió un peregrinaje oscuro para mostrar su valía y librar a Japón de los farsantes. Haciendo caso omiso del código que le habían enseñado, Kazan mató a los farsantes en las colinas y en los valles, en las playas y en los bosques. Los asesinatos fueron brutales, crueles y macabros. Humilló a granjeros y guerreros por igual, despojándolos de sus rodetes y armaduras. Su rabia, su sed de sangre y su perverso sentido del honor no tenían límite. Los monjes creyeron que algo oscuro y sobrenatural lo había poseído, así que lo maldijeron; un noble comenzó a llamarlo "Oni Yamaoka", el samurái colérico, un insulto para Kazan y su familia.
Decidido a redimir su apellido, Kazan asesinó a todo aquel que se atreviese a llamarlo Oni Yamaoka. Tal insulto lo confundía. Había derrotado a los mejores, y también había purificado a los samuráis al deshacerse de los farsantes. ¿Cómo podían tratarlo de ogro ¿Era por haber asesinado a los asesinos más feroces? ¿Por haber reventado cientos de cráneos con un kanabo? ¿O por su necesidad de llevarse un "trofeo" de sus víctimas? No importaba. No podía soportar que lo llamaran ogro; en su cabeza resonó una voz siniestra que le instaba a matar al señor que había mancillado su nombre.
Mientras Kazan se dirigía a la ciudad del señor, se encontró en un camino con un samurái que le bloqueaba el paso. Kazan preparó su kanabo. Sin mediar palabra, el samurái atacó y enseguida demostró su superioridad. Pero en el último instante dudó. Con un golpe devastador, Kazan le aplastó la cabeza y le rompió el casco. Cuando se acercó al samurái caído, vio el rostro de su padre y se tambaleó de la impresión. La mirada de su padre era de una mezcla entre vergüenza y arrepentimiento cuando soltó su último aliento. Kazan cerró los ojos y gritó de angustia hasta que ya no pudo más. Cuando los volvió a abrir... su padre había desaparecido. No solo había matado a su padre, sino que además había permitido que los ladrones se llevaran su cuerpo para robarle la armadura.
Resentido, perdido y desilusionado, Kazan vagaba sin rumbo mientras la voz de su padre le reverberaba en la cabeza, burlándose de él, recordándole sus errores, provocándole ataques de furia incontrolables. Un día, caminando por el bosque, se encontró con la estatua de un oni. Se detuvo y permaneció inmóvil durante un buen rato. Parecía que aquella antigua y desgastada estatua lo estaba ridiculizando y acusando de ser uno de esos samuráis falsos que tanto ansiaba destruir. Sacudió la cabeza para deshacerse de aquella voz burlona y recordó a medias a aquel señor que se había burlado de él llamándolo "Oni Yamaoka".
Consumido por una ira renovada, se dirigió a la ciudad en lo alto de las montañas nevadas donde vivía el señor. A las puertas de la ciudad lo esperaba una docena de samuráis. Todos ellos cayeron bajo el filo de su kanabo. Su fuerza y su velocidad eran inigualables; su rabia, inconmensurable. Cubierto de sangre y vísceras, se abrió paso por la ciudad y no tardó en encontrar al señor, que estaba escondido en una villa. Lo arrastró al exterior, le seccionó los tendones para inmovilizarlo y lo observó suplicar y retorcerse como un perro. Sin un solo atisbo de duda, le introdujo el puño en la boca y arrancó la lengua con la que había mancillado su nombre.
Satisfecho, salió de la cabaña y se encontró rodeado por docenas de granjeros armados con hoces, horcas y palos. Sobrevivió a los primeros ataques, pero eran demasiados y estaban por todas partes. En cuestión de segundos, Kazan estaba en el suelo observando el frío e indiferente cielo mientras los granjeros se turnaban para apuñalar y torturar al Oni que había acabado con la vida de su querido señor. La frenética multitud llevó a Kazan a un pequeño molino de piedra para continuar con la tortura y, finalmente, lo dejaron allí para que sufriera una muerte lenta y agonizante. Cuando regresaron, el molino estaba cubierto por una extraña niebla negra, y el cadáver y el kanabo de Kazan habían desaparecido. Ese fue el comienzo de una leyenda oscura sobre un Oni colérico que acecha la ciudad.