Philip Ojomo llegó a los Estados Unidos sin más equipaje que la esperanza de un nuevo comienzo. Se alegró mucho cuando le ofrecieron un trabajo en el desguace Autohaven. Se trataba de un pequeño cementerio de automóviles donde los policías sobornados hacían la vista gorda con los negocios turbios que allí se cocían. A Ojomo no le importaba. Había sido testigo de actividades criminales en su país, pero mientras no lo implicasen a él, no se metía en problemas. Se limitaba a arreglar coches y a controlar la machacadora. Algo que se le daba muy bien. Entraba un coche y salía un pequeño cubo de metal.

No fue hasta un día gris en el que, con gran sorpresa, vio que brotaba sangre de uno de los coches sin comprimir. Cuando abrió el maletero, vio a un joven amordazado, maniatado y con la mirada aterrada. Ojomo liberó al chico, que apenas pudo correr unos metros antes de que el jefe de Ojomo lo atrapase y le rajase la garganta. Cuando Ojomo le pidió explicaciones, este le contó que todo este tiempo había estado trabajando como verdugo, ya que casi todos los coches tenían a alguien dentro y se trataba de un "servicio" más que el desguace proporcionaba a ciertos "clientes". Ojomo se puso hecho una furia. Tiró a su jefe a la machacadora y dejó que lo aplastase. La cabeza se había quedado fuera, así que Ojomo la agarró y la separó del cuerpo, sacando la espina dorsal con ella. Luego, se marchó y nadie volvió a saber de él.