Ji-Woon Hak se crecía cuando llamaba la atención de los demás; se sentía más vivo con cada mirada que se clavaba en él y con cada lengua que pronunciaba su nombre. Entre todo aquel prestigio, solo tenía un único anhelo: conseguir más. Desde que era niño sabía cómo enamorar al público. Trabajaba en el restaurante de la familia y atraía a los clientes con su espectáculo de lanzamiento de cuchillos. Los turistas más ingenuos se creían que era algo típico de la cultura surcoreana y pagaban encantados más dinero para presenciar la actuación. El padre de Ji-Woon se gastaba todo el dinero que producía el negocio en clases de baile y canto para su hijo, para que alcanzara la fama que él no pudo tener.
Ji-Woon no le decepcionó. Tras años mostrando su destreza a los idiotas de los programas de cazatalentos, puso rumbo al estrellato. Yun-Jin Lee, una productora de Mightee One Entertainment, decidió incluir a Ji-Woon en su programa de formación. Se lo llevó a un internado de Seúl donde practicaba catorce horas al día para convertirse en una estrella: aprendió a moverse, a cantar y a obtener el equilibrio perfecto entre seguridad e inocencia.
Aunque era agotador, aquel esfuerzo dio sus frutos. Yun-Jin escogió a Ji-Woon para entrar en el grupo NO SPIN y así darles un toque más descarnado a sus temas. El éxito llegó casi de inmediato. Ji-Woon vivía en una burbuja, entre entrevistas y la adoración del público. Aunque esa apretada agenda dejaba exhaustos a sus compañeros, él se sentía más vivo. Cada día era la confirmación de que estaba por encima de la mediocridad de la sociedad.
No obstante, poco a poco, aquella fama le supo a poco. Cuando observaba a sus fans, veía cómo aquella alegría y envidia se dividía entre los cinco miembros del grupo, disminuyendo así su valor. Aquella validación con la que tanto había disfrutado ahora le dejaba con el deseo de obtener más.
Ji-Woon mantuvo su imagen, fingiendo encanto donde solo había odio incrustado en su ser. Grabó el último álbum de NO SPIN junto a los demás miembros del grupo sin ningún inconveniente. Tras un largo parón para comer, regresó al estudio para descubrir el regalo que le había hecho el destino. El olor a cables quemados era inconfundible. Corrió hacia la sala de control y vio que la puerta había quedado bloqueada por unos altavoces. Al otro lado, sus compañeros aporreaban la puerta desesperados; sus alaridos se acompasaban con el crujido de las llamas.
Ji-Woon se dirigió a ellos, corrió hacia los altavoces para apartarlos y... se detuvo. Permaneció inmóvil. Cada respiración era un esfuerzo consciente y deliberado que exigía toda su atención. Apenas se podían escuchar los chillidos hasta que, poco a poco, se alejó de allí. Y después, lo escuchó. Mientras las llamas los engullían, gritaban su nombre. Le suplicaban que los salvara. ¡Ji-Woon! ¡Ji-Woon! ¡Ji-Woon Hak! Nunca había oído nada tan maravilloso. Cuando llegaron los bomberos, sus lágrimas no eran fingidas.
Ji-Woon quedó encumbrado como una figura trágica, un héroe que había arriesgado la vida para salvar a sus amigos. Yun-Jin sacó provecho de la situación y lo llevó a incontables entrevistas, hasta que fue necesario un cambio de imagen. Volvió a emerger como el Traicionero, un artista en solitario que producía sus propias canciones. Bajo su salvaje apariencia se ocultaba un tierno corazón. Sin embargo, cuando no actuaba en conciertos ni escenarios de televisión, algo muy oscuro creía en su interior.
Acechaba por la anoche a víctimas que vivían solas. El primero fue un universitario del conservatorio con una voz maravillosa. Ji-Woon lo despertó golpeándole el cráneo con un bate de béisbol, lo ató de pies y manos y lo amordazó con un trapo que fijó con cinta adhesiva. Se pasó horas torturándolo y diseccionándolo vivo. Aun así, le faltaba algo...: un sonido, una conexión. Quería escuchar aquella maravillosa voz suplicando mientras le abría el vientre, pero solo escuchaba los gritos ahogados por el trapo.
Aprendió de la experiencia y modificó sus métodos.
Tenía que secuestrar a las víctimas y llevarlas a un edificio abandonado donde pudieran gritar sin ningún tipo de limitación. Usó esos sonidos para crear música, hiriéndolas en diferentes lugares para producir varios alaridos y aullidos. Apuñalar el músculo cuadrado lumbar provoca un gemido largo y gutural, y rajar la arteria carótida hace que las personas suenen como si se estrangulara un gato. Su sufrimiento transmitía sinceridad. Ji-Woon grababa todas las sesiones y usaba sintetizadores para incorporarlas en sus temas, camuflando esos espantosos sonidos entre varias capas de melodías.
Disfrutaba enormemente con este trabajo. Además, iba dejando pistas a la policía. Por ejemplo, colocó una estola de visón, usada en una sesión de fotos reciente, alrededor de una víctima degollada. En el siguiente asesinato, extrajo los dientes de un hombre para que se pareciera a un boxeador que aparecía en uno de sus videoclips. Durante otro desesperado intento por llamar la atención, asesinó a una fan que había conocido en un encuentro vip. Tras arrancarle los ojos, colocó unos gemelos de diamante en las órbitas y le escribió con sangre en el pecho la frase: "HE VISTO A DIOS". Cada escena era un espectáculo impresionante.
Entre la música y los asesinatos, la obra de Ji-Woon estaba en boca de todo el mundo. Sin embargo, toda esta entrega por el arte de la violencia hizo que su carrera musical se resintiera. Los ingresos disminuyeron considerablemente y los ejecutivos de Mightee One lo señalaron como responsable. Yun-Jin lo defendió con uñas y dientes, pero no contaba con el respaldo de nadie. Se decidió que Ji-Woon dejaría de producir sus propios temas.
Esa decisión resultó ser devastadora. Sus temas mezclaban humanidad y música, pero el estudio solo quería cosas genéricas y comerciales. Esa fue la gota que colmó el vaso. Si no lograban entender su arte, les incorporaría en el mismo para que lo apreciaran.
Tenía tres meses para preparar una actuación privada para la junta ejecutiva de Mightee One. Tres meses para planear su obra maestra. Le pagó muchísimo dinero a un veterinario a cambio de botes del gas de la risa. Después, sobornó al técnico de escena del auditorio privado de Mightee One para tener acceso al lugar. Su fama le permitía gozar del beneficio de la duda; algo que una persona anónima jamás tendría. Cuando el espectáculo estuvo listo, el gas se fue filtrando en el lugar mientras los ejecutivos y tramoyistas esperaban a Ji-Woon, que se había retrasado a propósito.
Cuando llegó, los cuerpos semiinconscientes yacían en sus asientos o se arrastraban por el suelo. Rápidamente amordazó a todo el mundo y solo se detuvo cuando llegó a Yun-Jin. Al fin y al cabo, ella lo había sacado del atolladero y le había encauzado hasta estar donde merecía. Por eso la recompensaría con un asiento privilegiado para el inminente espectáculo. Aunque estaba sedada, Yun-Jin se defendió, aprovechando la ira que sentía en su interior, mucho más intensa que la del resto. Como única asistente al espectáculo, la colocó y la obligó a mantener los ojos abiertos para que disfrutara. Los demás ejecutivos no dejaban de llorar, pero Ji-Woon los subió igualmente al escenario para llevar a cabo el último acto. Con una mueca de desprecio, los maquilló toscamente y los iluminó con unos focos. Se convirtieron en sus instrumentos.
Al ritmo de unas melodías creadas por él mismo, los fue torturando, moviéndose grácilmente de un cuerpo a otro y produciendo un crescendo operístico con sus lamentos. Las víctimas gritaban, gimoteaban, chillaban y llamaban a sus seres queridos, a sus madres... Fue un despliegue de emociones fantástico, la revelación de la condición humana... y no apartaban la mirada de Ji-Woon.
Las vísceras adornaban el escenario hasta que un cuchillo puso fin al sonido del último instrumento humano. La música se detuvo. Ji-Woon, cubierto de sudor y sangre y exhausto, miró a Yun-Jin y le hizo una reverencia. Fin del espectáculo. Había alcanzado la perfección. Se acercó a Yun-Jin cuchillo en mano, dispuesto a liberarla de sus ataduras antes de terminar. Pero, justo cuando se acercaba a ella, llegó...
La niebla.
No sabía de dónde provenía, pero aquel frío húmedo los envolvió... y era una sensación agradable. Acertó a ver un majestuoso escenario: hospitales y templos, bosques y mataderos... un plano eterno adornado con ganchos oxidados donde un millón de ojos lo verían, huirían de él y disfrutarían de la experiencia que les podía proporcionar. Solo tenía que aceptar, convertirse en parte de la niebla y, lo más importante de todo, hacer que gritaran sin parar.
¿Un bis