Adriana Imai es millonaria por sus propios méritos, ya que proviene de un hogar muy humilde de Fortaleza, Brasil. Su padre, Seita, se mudó a Brasil de joven con la esperanza de ver un mundo completamente distinto a su pueblo natal de Hokkaidō. Era un ilustrador de éxito que dedicaba su tiempo libre a diseñar personajes y mundos vistosos.
Mientras dibujaba a los clientes de un club de jazz de la zona, se le acercó la dueña del local, Belinda, para pedirle que le diseñara un logotipo. Lo que comenzó como un vínculo empresarial no tardó en transformarse en un romance. Un par de años después, nació Adriana.
Adriana era una niña con una inteligencia asombrosa, fomentada al vivir en una casa llena de arte y música. Si algo la atormentaba, era su obsesión por ser mejor que los demás. Aunque siempre sacaba las mejores notas en todas las clases, los profesores la castigaban a menudo debido a su naturaleza excesivamente competitiva durante los juegos en el recreo, en los que llegaba a rozar la violencia.
La madre de Adriana hizo todo lo posible para que su hija fuera por el buen camino, pero su padre era una figura ausente, preocupado por su propia obsesión: Adi Valente, un manga sobre una joven que salva y protege a los débiles con su compañero, un robot muy peculiar. A pesar de pasar muchas horas trabajando en una fábrica de conservas y entretenido con el manga en su tiempo libre, siempre encontraba algo de tiempo por las noches para compartir con su hija sus imaginativas y alocadas ilustraciones.
Cuando Adriana estaba en el instituto, un centro privado de élite la contactó, interesado por sus calificaciones. Seita, consciente de que necesitarían dinero, habló con las editoriales para preguntar por los manuscritos que no habían publicado. Logró encontrar una pequeña editorial por la zona que publicara Adi Valente, pero eso le obligó a trabajar más de la cuenta. Acabó perdiendo su trabajo en la fábrica de conservas, lo que le dio más tiempo para desarrollar e ilustrar su manga.
A Adriana le encantaba, pero la familia vivió momentos muy difíciles.
En el último semestre, Seita pidió derechos de autor más elevados, pero la editorial se declaró insolvente y decidió prescindir de su manga. Como Adriana ya no podía pagar los gastos de la escuela, la expulsaron de la academia de élite, donde era la número uno de su promoción. Belinda logró negociar su graduación, pero otro alumno recibió el título de ser el número uno. Adriana estaba furiosa. Durante ese verano, averiguó todo lo que pudo sobre su rival: dónde vivía, por dónde se movía, qué hacía en su tiempo libre, qué música escuchaba, qué películas veía... Todo. Incluso una noche llegó a acecharlo para enterarse de dónde vivía, llegando a valorar varias opciones para destrozarle la vida. Aunque no hizo nada, algo despertó en su interior y empezó a sentirse la antiheroína de una nueva historia en la que su padre estaba trabajando.
Seita se encerró cada vez más en sí mismo y empezó a crear un manga más sombrío, inspirado en sus visiones y pesadillas: trataba sobre una mujer que cazaba y destripaba a los más débiles en un reino de pesadilla, con drones fabricados con calaveras y huesos que iba encontrando. Sin embargo, no fue capaz de vender este manga, Sonhadores Sombrios, y la familia dependía únicamente de los ingresos de Belinda.
Adriana empezó a buscar la manera de conseguir dinero y creó una página web dedicada al manga brasileño. Tuvo un éxito apabullante y empezó a recibir montones de dólares por los anuncios. Se dio cuenta de que no le interesaba escribir en la página web, así que convenció a otros jóvenes para que escribieran los artículos gratis, mientras ella se llevaba todo el dinero. En cuanto recibió una oferta interesante, vendió el dominio sin mirar atrás.
Orgullosa de lo que había logrado, volvió a casa para enseñarles el cheque a sus padres. Por desgracia, nunca tuvo la oportunidad de que su padre lo viera... Seita salió aquella mañana para no volver jamás. Solo dejó un montón de manuscritos sin publicar sobre la Comerciante de Calaveras, quien daba caza cruelmente a quienes consideraba merecedores de su castigo.
Para ayudar a su madre, Adriana empezó a estudiar inversiones y economía en la biblioteca. Muy pronto, triplicó sus ganancias. Era millonaria a los 18 años, y sin haber completado sus estudios secundarios. A medida que las historias de este prodigio de la inversión se extendían por todo Brasil, se le abrían más y más puertas.
Muy pronto, tuvo dinero suficiente para adquirir empresas pequeñas que luego destripaba, sustituía a los empleados por trabajadores sin convenio y después vendía la empresa a un precio mayor. Los únicos descansos que tomaba de su obsesión empresarial eran para leer detenidamente los manuscritos de su padre, con el fin de entender el tenebroso mundo que había creado.
A los ventitantos, ya especulaba con las empresas como si nada. Mientras se ocupaba de una empresa de bienes raíces, dos miembros de la junta bloquearon la venta y arrojaron luz sobre el método de Adriana de asolar compañías a su paso. La frustración se apoderó de Adriana. Tardó semanas en encontrar a aquellos acreedores, pero, en cuanto lo averiguó, pensó en la sensación que le provocaría hacerles daño. Aprendió todo lo que pudo sobre los directores.
Y rastreó todos y cada uno de sus movimientos. Finalmente, logró persuadirlos para que asistieran a una conferencia en Suiza. Cuando ya estaban en un retiro en los Alpes, decidió actuar. Inspirada por la Comerciante de Calaveras y por un deseo apremiante, detectó su posición con un dron prototipo y después los descuartizó con una espantosa arma con dos cuchillas. Jamás había sentido semejante chute de adrenalina y emociones. ¡Además, ahora la empresa era suya!
Así fue como comenzó un ciclo aterrador: ponía en el punto de mira un negocio, destruía a quienes se interpusieran en su camino y destripaba la empresa para obtener el máximo beneficio. Se centró en empresas con peces gordos, confiando en que alguno le ofreciese un auténtico desafío, pero sin éxito. Simplemente, "desaparecían".
Su último objetivo fue en Brasil, con el jefe de una empresa de fuegos artificiales con mal carácter, conocido por sus "escapadas de supervivencia".
Esas escapadas de supervivencia serían la coartada perfecta.
Adriana logró llevarlo hasta un hangar abandonado.
La caza comenzó al amanecer y siguió tras su rastro hasta la noche. Cuando lo ubicó, utilizó uno de sus drones para guiarlo hacia un punto muerto. De repente, aparecieron un par de cometas en la cámara... y perdió la señal. Adriana se puso muy seria. No se podía creer lo que había ocurrido. Cerró el portátil de mala gana y corrió hasta el lugar donde el dron se había estrellado. Allí, vio a su presa en mitad de la noche, intentando agarrarse a alguien que le ofrecía ayuda.
Testigos...
¡Eso no era parte del plan!
Sin pensarlo ni un instante, le clavó la cuchilla en el estómago, dejando a la vista carne, hueso y un corazón agonizante. El cuerpo debilitado se tambaleaba, tiñendo de rojo la vegetación. Mientras la víctima caía desplomada en el suelo, se centró en aquellos jóvenes testigos. Estaban en el lugar y momento menos adecuados. Salieron huyendo, pero ella no dejaba de perseguirlos; sus cuchillas necesitaban más sangre. La frondosidad de los árboles se fundió en una espesa niebla negra. La realidad se había transformado en algo similar a Sonhadores Sombrios. Una siniestra sonrisa se dibujó en su rostro, mientras se adentraba para iniciar un nuevo capítulo en su vida...