Jeff Johansen nació y se crio en Ormond, en Alberta (Canadá). Creció siendo un hijo único y callado con aversión a las grandes multitudes. Durante los años de instituto, catalogaron, de manera errónea, de timidez a su ansiedad, que consiguió disimular haciéndose pasar por una persona dura y estoica que intimidaba a acosadores y profesores por igual. En casa, desarrolló un gran interés por el heavy metal y comenzó a coleccionar vinilos. El sugerente simbolismo de las portadas lo inspiró para crear su propio arte, que lo ayudó a soportar las continuas peleas de sus padres.
Para huir de las riñas cada vez más recurrentes de estos, Jeff comenzó a trabajar en un videoclub. No tenía muchos clientes, así que disponía de mucho tiempo libre para dibujar. Un tipo que solía ir por allí todas las noches se fijó en los bocetos y le pidió que hiciera un trabajo artístico para la banda en la cabaña abandonada del monte Ormond. Jeff aceptó la tarea y pintó un mural enorme en el que ponía "La Legión" con letras de estilo sangriento. Le pagaron cincuenta dólares y unas birras por el trabajo. Era la primera vez que cobraba por un encargo, un gran logro del que sentirse orgulloso.
Tras el divorcio de sus padres, Jeff se vio obligado a mudarse con su madre a Winkler, Manitoba (Canadá) que estaba a varios kilómetros de distancia de su ciudad natal... y de su padre. En Winkler, Jeff estaba más solo que nunca; sus únicos compañeros eran el arte y la música. Su suerte cambió al poco tiempo de graduarse en el instituto, cuando comenzó a trabajar en un bar de la zona en el que se hacían espectáculos de música en directo. Poco después encontró trabajo como pipa y se marchó de Winkler.
Unos años más tarde, Jeff resultó herido en una pelea en la que se vio involucrado durante un concierto. Su médico le dijo que podía perder parte de la vista, así que le pidió que se quedara en la ciudad para poder hacerle un seguimiento. Fueron tiempos difíciles en los que Jeff se replanteó las decisiones que había tomado en el pasado.
Volvió a la escuela (a la de arte). Poco a poco fue recuperando la vista, pero tenía que andarse con cuidado. Hizo varios cursos y probó en muchas ramas, aunque al final acabó eligiendo pintura al óleo y arte digital. Esta última ofrecía prácticas remuneradas. Consiguió un trabajo de oficina y descubrió que su vocación era diseñar etiquetas para pequeñas cervecerías artesanales. Llevaba una vida de lo más sencilla y tranquila: destilaba cerveza, adoptó un perro de una protectora, diseñaba tatuajes y portadas de discos para los grupos que le gustaban. Todo iba sobre ruedas hasta que una mañana recibió una llamada desde Ormond en la que le dijeron que su padre había fallecido y que había dejado algunos asuntos sin resolver.
Jeff cogió el coche hasta Ormond. Sintió una punzada de nostalgia cuando llegó a la casa de su padre. En su interior encontró una funda vieja de guitarra apoyada contra la pared. Dentro había un antiguo modelo negro con una nota adhesiva que decía: "Para mi chaval".
Se quedó en la ciudad más tiempo del que tenía planeado, recordando su infancia. Cuando iba de camino a su antiguo instituto, se acordó del mural que había pintado en el monte Ormond. Compró unas cuantas cervezas y se dirigió a la cabaña.
Tras semanas sin tener noticias de Jeff, sus compañeros dieron por hecho que al final no había podido hacer frente al dolor. Su vecino se cansó de cuidar de su perro, que se alteraba más y más cada día que pasaba. El perro volvió a la calle, donde se dedicó a vagar en busca del familiar olor a cebada de Jeff.