Al crecer en un hogar libanés en Brooklyn, Zarina se debatía entre dos identidades culturales únicas. Sentía que su diferencia cultural la convertía en un blanco. Para evitar las mofas y a los acosadores, observó lo que les gustaba a los niños populares y aprendió a proyectar la imagen que los demás preferían. En la escuela se hacía llamar "Karina", se tiñó el pelo en un tono más claro y tiraba la comida "extranjera" que le preparaban sus padres.
En casa siempre estaba puesto el canal de informativos. Las noticias urgentes sobre la injusticia cautivaron a Zarina y la inspiraron a producir sus propias historias. Con la adolescencia, aceptó su nombre y raíces reales, y tomó prestada la cámara digital de su padre para entrevistar a la gente de su comunidad en Bay Ridge. Al colgar su contenido en la red, poco a poco fue ganándose seguidores leales. Cada semana elegía un tema nuevo y retaba a que la gente diese su opinión ante la cámara.
Cuando oyó el rumor de que el propietario de un restaurante de comida rápida estaba explotando a sus trabajadores, decidió infiltrarse y grabar un reportaje contundente. Cambió de aspecto, fingió acento extranjero y consiguió un puesto como camarera en el restaurante. Después de tres semanas de trabajar sin cobrar, la despidieron por exigir su sueldo. Como respuesta, subió vídeos del comportamiento abusivo del propietario del restaurante y a las pocas horas las noticias se hicieron eco de su historia, pero la manipularon y le dieron la vuelta para crear simpatía por el jefe.
Resentida por la experiencia, Zarina puso todo su empeño en convertirse en una productora y cineasta independiente. Su primer largometraje fue para un concurso académico inspirado en un poema de clase de Inglés sobre Sacco y Vanzetti, dos inmigrantes italianos que fueron sentenciados a muerte en medio de una gran polémica. Su película ganó el primer premio y lanzó su carrera como documentalista inflexible.
Meses después, su mundo se vino abajo. Una cámara de seguridad grabó a su padre llevando dos cafés por una esquina a unas pocas manzanas de su casa. Un alto encapuchado estaba detrás de él. El hombre le gritó algo a su padre, que dio un paso atrás, asustado. De repente y de forma inesperada, el encapuchado lo empujó hacia la carretera mientras pasaba un coche.
Su muerte causó una conmoción de rabia y dolor que dejó a Zarina hecha pedazos.
El culpable, Clark Stevenson, fue arrestado poco después y encarcelado por homicidio involuntario.
Zarina se obsesionó con Clark: su banda "IR-28", su corta pena de cárcel, su aparente carencia de remordimientos. Pasó un año sin que descubriera lo suficiente sobre Clark para arrojar más luz sobre su crimen. Con lo que quedaba de su herencia, compró una cámara nueva, reservó un billete de avión a Nebraska y sobornó al alcaide de la penitenciaría de Hellshire para que le dejara entrevistar a Clark.
Grabó su primer encuentro y le preguntó sobre su padre, su banda y sus inclinaciones violentas. Él se negó a hablar, pero, en las semanas siguientes, se sirvió de su investigación para desestabilizarlo y acabó consiguiendo que confesara haber cometido un crimen premeditado.
La película de Zarina se convirtió en un homenaje a su padre y al rastro de sangre que la violencia de bandas había dejado tras de sí. Los informativos solo empezaron a hablar de su historia cuando la cinta triunfó a nivel mundial.
Algunos presidiarios se pusieron en contacto con ella cuando se enteraron de su documental. Sobre todo para contarle historias excéntricas con el único objetivo de conseguir un minuto de gloria en su próxima película. Una de ellas, sin embargo, le llamó poderosamente la atención: un ala entera de la penitencia Hellshire permanecía cerrada debido a la llamada "Masacre de Mick el Loco". La historia oficial era que un forajido irlandés asesinó sin piedad al alcaide y a los guardias.
Tras haber trabajado en la película de Sacco y Vanzetti, Zarina sabía que la historia "oficial" no siempre era la verdadera. Investigó los registros de Hellshire y dio con un convicto irlando-americano sentenciado a veinte años de cárcel por agresión en 1860. Según los planos de la penitenciaría, el ala sellada formaba parte de la infraestructura original de Hellshire. Si consiguiese llegar hasta esa sección cerrada, podría arrojar algo de luz sobre la historia de Mick el Loco. Solo necesitaba una forma de entrar.
A la mañana siguiente, se unió al tour de la penitenciaría Hellshire. Se camufló entre la multitud de turistas con jet lag y se separó de ellos cuando se fueron a la cocina. Se había memorizado los planos y sabía con exactitud adónde ir y cómo evitar las cámaras de seguridad. Un encontronazo inesperado con personal de seguridad casi manda al traste su investigación, pero consiguió ocultarse bajo un catre viejo y polvoriento. Cuando los guardias se perdieron de vista, continuó con su búsqueda hasta que dio con la celda de Mick.
Al entrar en la oscura y ruinosa celda, Zarina pasó la mano por el antiguo muro de ladrillo. Los dedos sintieron tallas y siguieron las letras: "MUERTE A BAYSHORE". Un ladrillo suelto cayó al suelo y reveló un hueco en la pared.
Metió la mano. Tocó algo de metal, frío y astillado. Lo extrajo... Era una vieja y oxidada llave inglesa. Un sudoroso escalofrío le recorrió la columna. Bajó la mirada. A sus pies yacía un hombre, empapado en sangre, con las extremidades retorcidas y los oscuros ojos en una espeluznante mueca de terror: los ojos de su padre. Un charco de sangre carmesí inundaba el negro pavimento. Una niebla negra comenzó a llenar la celda y Zarina, paralizada, cerró los ojos para expulsar de su mente aquellas horripilantes visiones.