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Jonah Vasquez

Lore

Jonah Vasquez veía la verdad tras el velo. Su mente tenía una habilidad inusitada para los números. Atardeceres, arquitectura, una brizna de césped... En todo era capaz de ver más de lo que relucía a simple vista. Entendía a la perfección el lenguaje que lo explicaba: las matemáticas. Ecuaciones complejas que se daban constantemente en el universo y que, en última instancia, determinaban cómo existimos y por qué. Estructuras. Patrones. Una ley inquebrantable: la física.

Su don habría pasado desapercibido si la pobreza de su familia se hubiera alargado otra generación, pero el padre de Jonah se comprometió a dar la vuelta a las tornas y se empeñó en luchar por mejorar la vida de su familia con todas sus fuerzas. Empezó recogiendo fruta en Fresno, California, y acabó poseyendo un humilde manglar. No era gran cosa, pero sí bastaba para proporcionarle a Jonah una infancia y una educación estables.

Pese a que lo pusieron en clases avanzadas, sus compañeros no veían indicios de genialidad en él. Era un chaval normal con unos cuantos amigos íntimos a quien le apasionaba el béisbol y le interesaban las civilizaciones antiguas. No obstante, cuando se quedaba solo, en su cabeza solo cabían los números, que Jonah consideraba la más fascinante de las maravillas. Se sumergió en las secuencias de Fibonacci y Recamán y pronto se puso a estudiar ecuaciones complejas de los mejores matemáticos de la historia.

El día que cumplía 16 años, recibió una carta sin destinatario. No contenía nada más que la siguiente sucesión de números: 8, 25, 19, 44, 1; -20.37, -69.85; 13, 2, 26, 11, 1.

Era todo un enigma. Quizá fuera un regalo de su profesor de matemáticas o de algún familiar que sabía de su afición por resolver acertijos. Pero, fuera como fuera, tenía algo peculiar. Aunque al instante relacionó algunas de las cifras con unas coordenadas de GPS que llevaban a un punto de Chile, el resto no le decían nada. Fracasó en todos sus intentos de resolverlo.

Con el tiempo, convencido de que era irresoluble, acabó dejándolo. Llegó a la universidad y, tras graduarse, la CIA lo contrató para trabajar descifrando códigos. El primer día, vio escritos en su manual de empleado los números de hacía años: 8, 25, 19, 44, 1; -20.37, -69.85; 13, 2, 26, 11, 1. Notó una especie de tensión en la nuca, una sensación de que estaban jugando con él. Volvió al enigma y comprobó que la experiencia que había adquirido en todos esos años no servía para descubrir nada nuevo. Pero no podía mortificarse: tenía que trabajar.

Lo pusieron a descifrar señales de estaciones de toda Europa. Gracias a unas imágenes archivadas, averiguó que varias personas llevaban 23 años trabajando en unas instalaciones desconocidas. Unos complejos códigos ocultaban información inconexa tras simples destellos de luz. No había mucho a lo que atenerse, pero sí le permitió intuir que los mensajes parecían implicar a personas ricas y poderosas de todo el mundo.

El proyecto se canceló de sopetón y asignaron otros encargos a todos los agentes involucrados. A Jonah le encomendaron una misión encubierta en la democracia recién constituida de Kwantana, que consistía en interceptar y descodificar mensajes de grupos de rebeldes. Su trabajo permitió a los Estados Unidos ubicar varias ubicaciones rebeldes. Y ahí fue cuando estalló todo.

Se descubrió, demasiado tarde, que los mensajes eran señuelos. La cantidad de bajas civiles era abrumadora y las cifras reales se ocultaban. Jonah se culpaba a sí mismo. Había sido testigo del daño sufrido por muchas familias. Se cogió una baja laboral, pero se quedó en Kwantana para evaluar los daños. Tenía que hacer algo. Decidió cobrarse un favor que le debía uno de los expertos en seguridad digital de la CIA y se infiltró en la red informática de la rebelión. Desde ahí, pudo ver los números e hizo cambios de los que pensaba que nadie se percataría: desvió pequeñas cantidades de dinero de los rebeldes a quienes habían perdido sus hogares y a sus seres queridos.

Parecía una jugada fina, discreta y limpia... hasta que entraron a tiros en su habitación. A medida que los disparos agujereaban las paredes, Jonah cayó redondo al suelo junto a los cristales hechos añicos. En ese momento, cogió su portátil, rompió la ventana de la cocina y saltó al tejado del edificio aledaño. Antes de que pudiera siquiera frotarse los tobillos, que le palpitaban como nunca antes, la casita estaba ardiendo. Se puso a correr sin mirar atrás. Descendió hasta el callejón, llegó a los suburbios y se camufló entre las chabolas putrefactas de cartón y madera en descomposición. Una semana más tarde, llegó a una embajada estadounidense exhausto, andrajoso y acabado.

Antes de poder parar a descansar siquiera, lo llamó su jefe de la CIA: "¿Crees que ha merecido la pena esta cruzada tuya"

No tenía fuerzas para nada. Decidió volver a focalizarse en lo más sencillo, lo más obvio: los números.

Su jefe le encargó una nueva tarea confidencial para la gran mayoría. Su investigación de las señales le había llegado a alguien de arriba y el proyecto se reabrió envuelto en un aura de misterio. Jonah se dedicó a descifrar los códigos, en parte por pura fascinación, pero también para tratar de olvidar la culpa que lo invadía. Lo que había empezado con unas señales lo llevó a algo aún más desconcertante: pódcasts de terror.

Como si de una labor de orfebrería se tratara, alguien había escondido códigos en los cuentos de hogueras y las historias de destripadores de todo el mundo. A veces eran números. Otras, palabras. Pero siempre, como si fuera una contraseña o algún tipo de acuerdo secreto, hallaba el siguiente mensaje: "el sacrificio es una resurrección". El código guardaba información sobre una red de gente poderosa que colaboraba con no se sabe que intención. Corrían rumores de invocaciones y resurrecciones, sacrificios y cazas. Jonah asumió que la mayoría serían bulos creados para confundir. Esa noche se quedó hasta tarde analizando otro código; en este caso, oculto en una leyenda de vampiros. Lo que descubrió le dio escalofríos:8, 25, 19, 44, 1; -20.37, -69.85; 13, 2, 26, 11, 1.

Otra vez los dichosos números. Lo perseguían. Los veía cuando cerraba los ojos. Se aferraban a su mente insomne y acaparaban toda su atención. Volvió a comprobar las coordenadas como años atrás... y nada, no era más que un cementerio de Chile. Accedió a la base de datos de la CIA y buscó el historial de dicha ubicación, pero solo le devolvió un resultado: un caso abierto de cadáveres devorados por cientos de cuervos en la zona.

Jonah no podía permitir que el misterio se dilatara más tiempo. Los números llevaban toda la vida acechándolo y estaba listo para ser él quien fuera tras ellos. Como era consciente de que su jefe no le permitiría viajar a Chile, reservó un vuelo sin que nadie lo supiera. Era hora de comprobar in situ qué tenían de especial las coordenadas. En menos de 24 horas estaba en el punto -20.36, -69.85. Se vio bajo el sol sofocante, en el cementerio de una localidad fantasma.

No había nada aparte de huesos y polvo. Jonah escupió y volvió a ponerse a darles vueltas a los números. Se dejó caer al lado de una tumba vieja, bajo la atenta mirada de un cuervo. Echaba de menos su casa, el manglar... La época anterior a que el universo y todas sus complejidades se le echaran encima. Echó un vistazo alrededor y vio unos edificios en ruinas a un lado y el desierto colosal al otro. El lugar compartía ciertas características con Fresno: el calor seco, el brillo naranja que bañaba el polvo del terreno al atardecer... Pero eso no era estar en casa. "No para él". Miraba el lugar con los ojos de un hombre que sentía que ese no era su sitio.

Y, entonces, Jonah lo comprendió todo.

Estaba analizando el código a partir de sus propias experiencias, de su propia visión del mundo. Estaba pasando por alto muchas cosas. En un alarde de devoción casi enfermiza, intentó contemplar lo que podían significar los números para otras culturas: antiguas medidas egipcias, divisas persas... y calendarios extintos. Por fin lo entendía todo.

Repasando lo que sabía de las civilizaciones antiguas, se dio de bruces con el calendario tanirio. Se tomó los números como si fueran fechas y convirtió la primera mitad al calendario gregoriano, pero para nada se imaginaba el resultado: su cumpleaños. El mundo giraba a su alrededor. Calculó el resto de números con las palmas de las manos chorreando de sudor y el resultado era otra fecha: ese mismo día.

El código... era una representación de Jonah, en ese momento y en ese lugar. Empezaron a temblarle las manos. Le latía tan fuerte el corazón que le dolían las costillas. ¿Puede que formara parte de una profecía o que alguien lo hubiera guiado hasta aquí? No tenía ni idea. Por primera vez, los números no tenían ningún sentido.

Comenzó a sentir mucha fatiga y el mundo adoptó formas imposibles. Tenía un talento innato para las ecuaciones y sabía perfectamente que lo que había presenciado no podía ser verdad. Contempló el manglar de su padre más allá del desierto y sintió el más reconfortante de los alivios. Los cuervos graznaban a lo lejos y la brisa arrastraba el olor a cítrico. En ese momento se veía a sí mismo un niño y los números le pesaban como una horrible pesadilla. Estaba tan absorto en su nostalgia que no se percató de la niebla oscura que emanaba de la hierba y se arremolinaba hacia él. Los cuervos huían de las ramas y chillaban sin cesar mientras trazaban círculos en el cielo. Se percató de que el aroma de la brisa había dejado de ser cítrico, pero era demasiado tarde.

Era sangre.

Perks

Overcome
Sobreponerse
Has calculado cuánta energía puedes arriesgarte a emplear.

Cuando sufres heridas, mantienes la bonificación de velocidad de movimiento 2 segundos más.

Sobreponerse provoca el efecto de estado Agotamiento durante 60/50/40 segundos.

Sobreponerse no se puede usar cuando sufra Agotamiento.

Agotamiento impide que los supervivientes activen habilidades de este tipo.

Boon: Exponential
Bendición: Exponencial
Cuando parece que ha llegado tu hora, buscas formas de aumentar tus posibilidades.

Mantén pulsado el botón de la habilidad cerca de un tótem de maleficio o apagado para bendecirlo y crear un tótem benefactor. Se escucha la melodía del carillón a una distancia de 24 metros.

Todos los supervivientes en el rango de alcance del tótem benefactor se recuperan un 90/95/100 % más rápido y se curan por completo del estado agonizante.

Solo puedes bendecir un tótem a la vez. Todas las habilidades de bendición estarán activas en el tótem benefactor.

Corrective Action
Medida correctiva
Analizas los problemas rápido y corriges el trabajo de los demás cuando cometen un error.

Empiezas la partida con 1/2/3 distintivo(s) y obtienes uno por cada prueba de habilidad excelente hasta un máximo de 5.

Cuando un superviviente falla una prueba de habilidad normal mientras coopera contigo, se consume 1 distintivo y su prueba de habilidad fallida se vuelve una prueba de habilidad superada.