Desde hace mucho tiempo existe el debate de si las atrocidades que cometen los asesinos se deben a compulsiones de sus mentes enfermizas o a presiones externas, pero hay un asesino para el cual lo innato y lo adquirido van de la mano.
Cara de Cuero no mata por deseo de imponer su voluntad a los demás, satisfacer necesidades carnales o silenciar a las voces de su cabeza. Mata por miedo. Miedo de que le hagan daño, de que su familia se enfade con él, de que se descubra la costumbre que comparten de comer carne humana...
Es obediente, su familia lo quiere y eso es lo único que importa. Los demás son una amenaza y las amenazas hay que eliminarlas.
Como aquellos muchachos que entraron en su casa sin permiso y se pasearon por ella como si fuera suya. Lo registraron todo, seguro que para descubrir los secretos de su familia. Pero Cara de Cuero se encargó de ellos, tal como le enseñaron.
Es más que un protector, tiene muchas responsabilidades y cada una tiene sus facetas: sirve la cena, cuida de la familia, se viste como es debido para comer. Sus abuelos cuidaban de ellos, pero el abuelo ya está viejo y la abuela lleva tiempo sin poder moverse, así que Cara de Cuero y sus hermanos han tenido que tomar el relevo. La familia lo es todo para él. La familia es seguridad y protección.
Pero, aunque hizo todo lo que pudo, una de las muchachas se escapó. Intentó detenerla, persiguiéndola lo más rápido que pudo, pero ella contaba con ayuda: otro intruso que conducía un camión. El malvado camionero mató a su hermano: lo atropelló como si se tratara de una alimaña. Ciego de furia, Cara de Cuero se abalanzó sobre él, con la motosierra lista para vengar a su familia, pero el camionero fue demasiado rápido. Golpeó a Cara de Cuero y lo hirió con su propia motosierra.
Mientras veía a los intrusos marcharse, a la ira, la pena y el dolor se le añadió la preocupación por su familia. Seguro que volverían con la policía y que se llevarían a sus hermanos y a su abuelo. Y sin ellos, ¿qué sería de él Sin sus órdenes, se debilitaría y moriría.
Mientras su mundo se derrumbaba, Cara de Cuero no paraba de dar vueltas, blandiendo la motosierra en todas direcciones, intentando combatir el sinfín de amenazas externas que lo agobiaban.
Y entonces lo embriagó otra sensación. Algo pavoroso apareció desde fuera de su campo de visión, reptando sobre su piel. Se dio cuenta de que daba igual lo que los intrusos pudieran hacerle, porque había algo peor, algo mucho más grande, habitando en las sombras. El miedo se apoderó de él como nunca antes, pero resultaba casi reconfortante, porque se parecía mucho al que le hacía sentir su familia. El miedo a decepcionarlos.
Fue conducido hasta un lugar que le resultaba familiar, y a la vez misterioso. Instintivamente supo lo que tenía que hacer. No podía fracasar como lo había hecho con su familia. Los intrusos vendrían, pero él usaría sus habilidades para vencer a cualquier amenaza. Se producirían gritos, pero él volvería a silenciar al mundo hasta que el único sonido que quedara fuera el bendito aullido de su motosierra.
Venid, intrusos.